Pues aquí estamos, bien entrado el siglo XXI, con toda esta sofisticación tecnológica y este mundo globalizado, promiscuamente combinado con instituciones de origen feudal, como atestiguan los largos kilómetros de cola y las interminables horas de espera que miles y miles de británicos invierten para ofrecer un par de fugaces segundos de respeto frente a féretro de la Reina Isabel II.
El hechizo monárquico está muy presente en el Reino Unido, con una familia que ha sabido adaptarse a las tendencias audiovisuales, sorteando escándalos de diferente tipo, manteniendo un equilibrio imposible entre la distancia y el misterio que la realeza está obligada a proteger y el cotilleo adulador que películas varias y series de Netflix han sabido explotar.
Síntoma, diríase, de que lo que el cuerpo nos pide a estos homínidos supuestamente más evolucionados es contar con figuras paternalistas, con olimpos, con mitos y leyendas varias, aunque sepamos que se trata de una pantomima.