Como degradarse a simple mortal

«Estoy deseando que llegue un mundo nuevo con ideales renovados, en el que la humanidad esté por encima del nacionalismo. Los lazos entre nosotros y la nación no dependen de los mitos y leyendas, no dependen de la idea equivocada en la que los japoneses descendemos de los dioses, que somos superiores a otras gentes, destinados a gobernarlas. Esos lazos están representados por la confianza y el afecto forjados durante siglos de devoción y amor«.

Con este párrafo, escrito por un Teniente Coronel de Estados Unidos, el Emperador Hirohito de Japón declaró, sin decirlo demasiado explicitamente, que no era un ser divino, sino un simple hombre.

Era el Emperador que había ordenado una guerra de conquista por el Pacífico, en un conflicto que acabaría con las bombas atómicas de Hiroshima y Nagasaki, un emperador que muchos querían que fuera juzgado como criminal de guerra. Pero el general McArthur siguió el consejo de los que opinaban que destronar y ejecutar al Emperador provocaría una revuelta del pueblo japonés, que colgarle sería comparable a la crucifixión de Jesucristo para los cristianos. Así que prefirió usar su figura para que sirviera de nexo de unión en la reconstrucción del pueblo japonés, y una de las condiciones para mantenerlo en su puesto era que renunciara a su condición divina.